Y así, el ser nació libre, teniéndolo todo para sí, desde los majestuosos campos hasta la capacidad de decidir su destino y el caminar de sus acciones. De entre todas las criaturas del mundo, el ser fue privilegiado con la creatividad y la habilidad de construir y descubrir según sus necesidades.
El ser tuvo la dicha de moldear sus terrenos conforme sus deseos y para su comodidad, dándole con esto la capacidad de la creación y de la generación del pensamiento. Con éste, el ser destacó de entre todos los que existían en el mundo, el que le había tocado habitar.
Pero el ser se mostró egoísta cuando la hora del avance le llegó, pues de entre todos los de su especie, solo pocos tenían la suficiente virtud para dar pasos considerables, lo que desencadenó envidias, y evidenció a su vez las inferioridades del grupo.
En un principio, estos virtuosos fueron seguidos como sabios y guiaron a los otros por medio del éxito existencial y el progreso de la sociedad. Sin embargo, llegó ese momento en el que lo inevitable tenía que pasar: No se podía dejar de lado, ni esconder lo que los demás poseían y los virtuosos no: CANTIDAD.
Las masas asumieron el control, haciendo de lado a los sabios, destruyéndolos uno por uno. Pero llegó en el momento tras la extinción en borde de ellos, que la inestabilidad y el retroceso se tenían encima, la sociedad que los sabios habían construido con certeza y entendimiento estaba por quebrantarse, y a pesar de sus tantos esfuerzos, los actuales reyes perdían el control de ese reinado que con la fuerza habían arrebatado. Fue en ese momento en el que se dieron cuenta que la calidad humana del pensador era necesaria para la preservación de la especie, no obstante, no podían dejar el poder nuevamente en las manos de sus enemigos.
Se cuenta del viaje en un bosque de uno de los reyes cuando en medio de la putrefacción se encontró a uno de los que ahora eran basura y alguna vez fue sabio. Este le habló con metáforas sobre las consecuencias de la situación de los gobernantes; el otro, sin entender palabra alguna, le ofreció casa y comida a cambio de consejos, pero solo para evitar la destrucción del reinado que tantos años había costado construir. El vago se negó, y así, mientras la sociedad sobrevivía muriendo lentamente, el del bosque moría muy velozmente.
Un día el vago enfermó terriblemente, él ya no comía ni bebía nada desde tiempos memorables; y tuvo que aceptar la oferta de los reyes, obteniendo medicina a cambio de instrucción en ciencia y en cultura, educando a los nuevos habitantes para renacer la estirpe de los sabios.
El una vez vago murió miserable en su sentimiento, pero saludable en apariencia, satisfecho solo de sus pupilos, pero no del virus que había ayudado a germinar.
Los nuevos sabios continuaron las tareas del vago pero condicionados por el hambre y la aceptación de los reyes.
Más de una ocasión, algún sabio se percató de la realidad que los de su especie vivían, y la clase de papel que desempeñaban en eso que ahora se establecía como el gran PSS. Ninguna revolución sirvió nunca. Siempre había alguien que arruinó los planes de los rebeldes.
A los nuevos sabios se les educó conforme a las cabezas del sistema, estos siempre enorgullecidos de cómo habían “salvado” la ciencia y la cultura de la extinción.
Las reglas se situaron hasta los días presentes: Mezmerizando y manipulando. Estableciendo como única meta la necesidad del insomnio y un estado al que cínicamente le llamaron Conejillos de Indias. El insomnio privaba a los nuevos prospectos de los sueños, evitando la propagación del pensamiento y el crecimiento de la población contraria, los dormidos.
La vida se convirtió entonces en un experimento para las cabezas tragadoras de cerebros, usando a los conejillos para mantener el control de ese reinado que por milenios han dominado.
domingo, 14 de diciembre de 2008
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